martes, 15 de mayo de 2018

FLORES RESPOSTERAS DE LA ABUELA

Llegaban las fechas de las matanzas, de las comuniones, de la primavera y era el momento, que casi todos los años nos íbamos al Pueblo, a mi pueblo, sólamente soy de allí 14 días justos.

Nací un domingo 23 de marzo de 1962, en Villar del Rey, después de los dolores de mi madre 😉😜.

A los 14 días justos, nos trasladamos los cuatro a ésta bella Villa Romana de Emérita Augusta, osease, 53 años, menos 14 días, los que moro en Mérida. Lo de los 53 años, porque estuve emigrado en Cataluña, en Cubellas, junto Sitches. Pues aún así, como que Cataluña no me va. Para visitar, hasta me lo pensaría.

En definitiva, llegaba a casa de mi abuela en el pueblo, deseando comenzar a dulcear. Ya tenía la abuela María, su aceite arrimada en el hogar de la chimenea de salón, a tiro corrido, desde un lado a otro de la estancia, para que en las noches de inviernos intensos, de los de antes, nos metíamos todos debajo del tiro y con la candela, que lujo de convivencia. No había tele, móvil (candy crash, wasaps, face, twitter, ni nada que se le parezca). No había fibra óptica, ni falta que hacía.

Había humanidad, hablar, dormirte en el regazo de tu abuela, con su bata negra y su mandil a juego, por el luto a su difunto Juan, mi abuelo, que tempranamente se marchó de este mundo. Lo conocí poco, pero me quedó marcado su aire rudo, curtida la piel con surcos del paso del viento y escarchas, el sol bajo la boina, mientras araba con la yunta del mulo o mula. Brazos fornidos, dedos desgastados de desgarrar la tierra, además del mechero de yesca, que previamente habían liado un cigarro, con el papel en la comisura de los labios, sacando la petaca de cuero, verter una porción en la palma de la mano, volver a cerrar la petaca, guardarla en la faja que llevaba alrededor de sus riñones. Cogía el papel, con dos dedos, vertía con la otra mano la picadura de tabaco, doblaba con cuidado el papel hasta hacerlo coincidir un borde con la mitad del otro, se lo llevaba a la punta de la lengua, que estratégicamente estaba aguardando el cigarró, lo deslizaba cual armónica y con los dedos de las manos, los deslizaba entre ellos, les hacía una torcida en la punta de arriba y en la punta de abajo. 

Agarraba el chisquero, con su mano le daba un manotazo de arriba abajo, mientras que con la otra, arribama la mecha a la zona de la piedra y la rueda dentada, soltaban cientos de chispas y con una brisa suave, pero energética, avivaba la brasa y ya estaba encendida la yesca para su cigarro, que lo colocaba en la comisura de los labios, hasta que se apagaba él solo y eso sí, sin quemar nada de los labios, ya lo había logrado con anterioridad, la brisa criminal del campo.

Llegaba la mañana del día siguiente, nos levantábamos al alba, teníamos preparado el café, aunque ese, llevaba allí todo el día, con sus posos de café y rellenado una y otra vez, durante el mismo. Nos ponía un tazón de talla 12, cogía mi abuela su navajina, el pan de dos días o tres atrás, entonces no había hornos en casa ni panes precocidos. Nos migaba el pan, le echaba azúcar y estaba de lujo. Nada de mantequilla, paté, ni tonterías.

Pasado ese momento, se comenzaba a amasar la harina, con la leche, el aceite, el anís estrellado salvaje que había en esa época. Eso de amasar era la hostía, te ibas quitando la masa entre los dedos y cómo sabía, uhmmmmmm. Luego llegaba el momento de hacer las flores, se mojaba el molde de acero en el aceite hirviendo, se mojaba en la masa hecha y se volvía a introducir en el aceite, se ponía hervír y se soltaba del molde. Ya sólo quedaba dorarla y pasarla por azúcar con canela rallada. Las primera, como no salían todo lo estética que correspondía, poseso, allí estaba yo, para ser el probador oficial de mi abuela. Así he salido, talla XXXL 😌😃😃. Ahí os dejo las que yo he hecho y la prueba, directa, de que estaban BUENASSSSSSS, p'achuparse los deos.
































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